La lucha de clases existe en todos los actos de revuelta
individuales y colectivos en los se recuperan pequeñas porciones de vida o
pequeñas porciones de los aparatos de dominación y explotación son obstruidos,
dañados o destruidos. En un sentido significativo, no hay actos aislados de
revuelta. Tales actos son todos respuestas a la situación social, y muchos
conllevan algún nivel de complicidad implícita, indicando algún nivel de lucha
colectiva.
Consideremos, por ejemplo, la organización espontánea, y mayormente silenciosa,
del sabotaje del proceso de trabajo y la reapropiación de bienes que ocurre en
muchos lugares de trabajo; esta coordinación informal de la actividad
subversiva llevada a cabo en el interés de cada individuo implicado es la mejor
concepción anarquista de la actividad colectiva, porque este tipo de
colectividad existe para servir a los intereses y deseos de cada un@ de l@s
individu@s implicad@s en la reapropiación de sus vidas, y lleva en su interior
una idea de formas diferentes de relacionarse libres de explotación y
dominación.
Pero incluso actos de revuelta aparentemente solitarios tienen sus aspectos
sociales y son parte de la lucha general de l@s explotad@s. Tanto por esta
razón como por el sentido personal de gozo y satisfacción que el/la individu@
encuentra en tales actos, es necesario reconocer que ningún acto de revuelta es
inútil.
El capital, el estado y sus aparatos tecnológicos constituyen un orden social
mundial de dominación. Es por tanto necesario para las luchas rebeldes de l@s
individu@s confluir para crear revolución social. Dado que incluso los actos
individuales de revuelta tienen un aspecto social, y son a menudo más
colectivos en su naturaleza que lo que aparentan, debido a la complicidad
implícita, un desarrollo así no es tan inverosímil al presentarse las
circunstancias apropiadas. Pero para ser muy claro, no estoy hablando de
esperar hasta que tengan lugar las circunstancias apropiadas para actuar (una
excusa demasiado frecuente para la pasividad), sino aprovechar la oportunidad
en la práctica continua de revuelta de llevarla más lejos, en cuanto se pueda.
La revolución social es una ruptura con nuestro actual modo de existencia, una
convulsión de las relaciones y condiciones sociales en la que se viene abajo el
funcionamiento de las instituciones políticas y económicas. Tal como lo veo, el
objetivo de l@s anarquistas en esta situación es luchar por la completa
destrucción de estas instituciones -el estado, la propiedad, el trabajo, el
intercambio de mercancías, la tecnología de control social, toda institución de
dominación- con el fin de abrir el campo de posibilidades para la
autoorganización.
Por tanto, el proyecto revolucionario es esencialmente negativo y destructivo.
Nuestro objetivo no es crear contra-instituciones para reemplazar al estado y
el capital, sino poner fin a la actual situación global en la que un@s poc@s
determinan las condiciones bajo las que viven tod@s, de forma que tod@
individu@ sea libre para crear la vida a su antojo en asociación con quien elija.
Por tanto esta no es una lucha política, un intento de poner en vigor un
programa político, sino una lucha social. Un movimiento que se opone a toda
jerarquía y liderazgo no debería ofrecer modelos para una sociedad
post-revolucionaria. De hecho, idealmente, no habría un “después de la
revolución”, sino una tensión continua de posibilidades en expansión, una
fluidez de relaciones sociales y asociales que rechazan cuajar en instituciones
y que en su lugar se concentran en la creación de deseos, intereses, proyectos
y pasiones siempre basados en el rechazo consciente a ser dominad@s.
Por tanto, estoy hablando de una transformación total en todos los niveles de
existencia que nunca acaba, un salto hacia la libertad desconocida que no
ofrece garantías excepto aquellas que se puedan encontrar en la determinación
resuelta de cada individu@ a no ser nunca más gobernad@.
Willful Disobedience Vol. 3 - N. 2