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Sin duda, y no tan sólo por haber ocurrido en uno de
aquellos llamados “gobiernos democráticos”… tu asesinato fue un crimen
perpetrado por esta democracia… por un orden y un sistema insensible,
insolidario y destructivo en su expansionismo que no ve límites para despojar y
perjudicar a quienes se interponen ante sus intereses… ya sea por la codicia de
un grupo minúsculo que siempre busca dominar y acaparar más o la degradación de
un Estado cada vez menos comprometido con las necesidades de su gente, su pueblo…
pues se ha transformado en un aparato servil a los intereses del poder siendo
también absorbido en gran medida por la influencia emanada de aquel… que no
soporta la justa rebelión de quienes han decidido reaccionar contra ese lento y
desgarrador desmoronamiento que arrastra vidas, sueños y expectativas… pues tu
rebelión no fue sólo convicción, sino un acto espiritual… fue un corazón
conmovido por los efectos y alcances de una miseria brutal y silenciada… esa
misma que de alguna manera siempre intuiste pero que la vida poco a poco te
mostró en sus extremos más dolientes… pudiendo reconocer en medio de la pobreza
de otros seres humanos, los devastadores efectos de la exclusión y la
indiferencia… pero, a la vez, también discernir que las dificultades, la precariedad,
la frustración y la rabia, son comunes y transversales al interior de un
universo social segregado pero igualmente amenazado y oprimido.
Mirando hacia atrás y observando el presente… resulta
contraproducente recordar la poca comprensión y sorprendente incapacidad de no
poca gente que, imposibilitada de ver más allá de sus habituales
comportamientos y preocupaciones, nunca reflexionó en los profundos
cuestionamientos que planteaba tu muerte… para algunos no había razón para
estar en medio de la protesta una noche de once de septiembre en La Pincoya…
pero claro, cómo no entender eso cuando el compromiso emocional e ideológico no
existe… cuando todo acto de manifestación violenta se sataniza sin hacer el
menor intento de analizar qué puede desprenderse de ello… Resulta más fácil y
cómodo desestimar y rechazar sin contemplaciones esas ideas porque atentan
contra ese orden estable que aunque una masa cada vez más disconforme critique
en ciertos aspectos, por otro lado también defiende… Como siempre, el
temor a los desconocido supera a muchos, y más aún si sienten que algo
puede poner en peligro la aparente estabilidad que poseen… sin pensar en las
enormes sombras que se extienden para tantos otros que no tienen oportunidades
y que no serán nunca respetados ni integrados pues el mismo sistema de vida los
ha marginado y relegado…
Cuando recuerdo a Claudia, no puedo dejar de pensar en ese
dolor vital que la hizo florecer a una realidad que no muchos soportan
enfrentar… que la mayoría sólo prefiere mirar de lejos o rozar levemente… y,
sin embargo, todos de alguna manera la conformamos, pues somos parte de ello… y
es eso lo que nunca olvidó.
La lucha de Claudia era una lucha por desentrañar y rescatar
algo de aquella humanidad desesperada que aún cree en romper con los
artificiales y brutales obstáculos que un sistema o un orden erigen hasta
exhibir como indoblegables… era una lucha por reivindicar a los que nadie ve,
por una verdadera justicia y equidad que sólo pueden conseguirse cuando nos
involucramos en condiciones de igualdad e independencia, sin hacer valer
diferencias tendenciosas ni privilegios… y desde su vertiente anarquista y
libertaria, sé que siempre la movieron ideales de este tipo tan sólo porque en
ellos involucraba su ser y eso le otorgaba una dignidad de la cual muy pocos
quizás podrían dar cuenta… seres así, como tantos ha habido y habrá… que
también han sido víctimas en este país de manos ejecutoras que tan sólo
representan un apéndice mínimo, insignificante en relación a ese poder dominante
y a esa mentalidad indolente que adormece y aisla, reflejan quizás la más
genuina prueba de que en medio de tanta oscuridad, siempre surge una esperanza
esclarecedora… pero no tan sólo como una expectativa o una proyección
imaginaria, sino como acción y lucha, cosas que en ella surgieron con la fuerza
de un llamado, una vocación.
Ahora, de pronto, pienso en lo nutrida que fue tu corta
existencia… en las grandes satisfacciones que te regaló la danza a la que
también dedicabas con ahínco gran parte de tu tiempo e interés, pues constituyó
un espacio de libertad y crecimiento que nunca se conflictuó, al menos de
manera seria, con tu accionar… siempre intentando perfeccionar una técnica y
disciplinar un cuerpo que tardíamente siguió el camino de esa expresión
artística, desventaja que sin embargo nunca amilanó esos deseos por alcanzar
los niveles exigidos… Imposible olvidar los ensayos en el pequeño living de la
casa… siempre preguntando si acaso había algo en el baile que resultara extraño
o desentonara con lo que deseabas expresar para así corregir de acuerdo a esas
opiniones… en un espacio tan pequeño… y sin embargo bastaba para realizar un
ejercicio o desarrollar alguna tarea… Cómo no sentir la vida que había en todo
ese tremendo esfuerzo que tu menuda figura enfrentaba con entusiasmo y sin
vacilación, pues en todo ese juego de movimientos destellaba, sin duda, un
profundo amor… Se me viene a la mente también tu siempre emotiva y rigurosa
dedicación al redactar esos poemas llenos de rebeldía y fuerza, algunos de los
cuales publicabas en aquel “fanzín” como lo describías llamado “El
Francotirador” que te ligaba íntimamente con el Pedagógico, aunque no estoy
seguro si se tratara de un tiraje exclusivo de aquel grupo anarquista del que
formaras parte en esa universidad, la Coordinadora Revolucionaria del
Pedagógico, antes de estudiar danza y posteriormente también… Podría mencionar
muchas cosas… momentos hermosos y también los sombríos… como los instantes
críticos que comenzaron a agobiarte en silencio durante el último tiempo,
cuando te notaba algo distante, ausente, alejada… alterada inclusive, como si
algo te forzara a dejar de ser tú misma… en tiempos cuando ya participabas en
otra agrupación… Creo que alguna fuerte decepción te hizo replantear algunas
cosas, aunque nunca manifestaras la razón… a veces tu ánimo se agriaba y
actuabas con cierta ironía… como si una influencia poco grata hablara a través
de ti… pero sin embargo, en los últimos días… era notorio que buscabas más
cercanía, pequeños gestos… pequeñas muestras… pues algo sucedía… y así llegó
aquel 11 de septiembre de 1998, antecedido por una madrugada lluviosa… un día
invernal muy gris en que me mantuve despierto y atento a trechos durante
la madrugada esperando escuchar algún programa alusivo a la
conmemoración del Golpe de Estado… suena casi risible pensando en la situación
presente en este ambiente de víspera de once de septiembre, cuarenta años
después, cuando todos los medios están invadidos de espacios que plantean el
tema con mucha seriedad casi compitiendo por quien muestra más “verdad”… y sin
embargo, en aquellos días… sólo algunas radios del dial AM transmitían
programas especiales durante la jornada… y la televisión, como siempre, a
satanizar las marchas y las protestas… quien diría que cuando sonó el teléfono
temprano y contesté, mientras aún llovía y esperaba escuchar algo, sería el
último de la familia… y la última vez que escucharía tu voz… Se suponía que
regresarías más tarde o al día siguiente y dabas aviso para que no nos preocupáramos,
sobre todo por nuestra mamá, que siempre se acongojaba para esas fechas,
temiendo que algo pudiera suceder… y sucedió… de forma increíble y dramática…
sucedió lo peor que pudiéramos temer…
Fuiste asesinada esa noche… poco después, siendo ya la
madrugada del doce recibimos la llamada anónima que desató la tragedia… la
estremecedora constatación de un mal presentimiento se volvía real… y el vacío…
cómo no recordar aquel vacío que nos invadiría dejándonos estupefactos para
luego estallar… los gritos desgarradores de una madre que sentía la ausencia
golpeando sus entrañas y la herida… abriéndose sin cesar… de pronto, era como
si los tiempos se confundieran… ¿era 1973?… ¿era 1998?… ¿éramos nosotros
a quienes nos estaba sucediendo esto?… ¿podía ser tan sólo una rara confusión?…
no, no lo era… y sí, a nosotros nos ocurría…
El silencio reinaba en La Pincoya cuando llegamos a ella…
pero no un silencio de calma, pues esa penumbra hablaba… y no sé si exactamente
del presente… era como si los tiempos se superpusieran y pugnaran… como si las
ánimas aullaran pero no lograran hacerse oir… de nuevo la violencia y la muerte
se encontraban en la oscura procesión… Pudimos trasladarnos gracias a un vecino
que, como poca gente en esas circunstancias hubiera accedido, nos condujo desde
este otro lejano extremo…
A veces pienso… cuál habrá sido su último pensamiento… su
último deseo… cuán sola debe haberse sentido cuando, agónica, fue abandonada
finalmente en la calle, pues supuestamente nada se podía hacer y los otros
debían salvar el pellejo ante la emboscada de fuerzas especiales que disparaba
y lanzaban bombas lacrimógenas… rodeada de ese gas tóxico, sin recibir auxilio…
ahogándose en su sangre, con algún atisbo de conciencia aún… ella, tan
luchadora, encogida en ese caos de gritos y veneno irrespirable… dejando este
mundo en que había hecho tantas cosas, tantos amigos, tanto amor, bien o mal
comprendido… tantas preguntas… y un gran vacío que de pronto nos volvió tan
frágiles… como la vida misma supongo aunque resulte tarde descubrirlo… quizás,
sea cierto lo que una mujer sabia hija de un amargo sufrimiento pero también
del más profundo amor dijera con recogida serenidad respecto de ella y
ellos… “no fueron hechos para este mundo”…
Gonzalo López
Este texto fue escrito por Gonzalo López, hermano de la
compañera Claudia López. Fue leído en la radio Primero de Mayo en septiembre
pasado, en el marco de la conmemoración de los 15 años del asesinato de la
compañera, y de los 40 años del golpe militar de 1973.