"Mira qué fácil es todo, cuando está bien explicado, me han dicho que el
mundo es la lucha entre los buenos y los malos.
Que está la clase explotada y enfrente la explotadora y la lucha entre los dos
bandos es el único motor de la historia.
Cualquiera que sea un currante, por el mero hecho de serlo, está de nuestro
lado y merece nuestro respeto.
Por contra están los ricos, que son siempre los culpables de todo lo malo que
ocurra y de todo lo malo que pase.
Y yo pienso que esta forma de no pensar es una mierda que impide ver los
problemas tal como son, la realidad tal como es.
Simplificarlo todo así, sólo nos puede conducir a darnos contra una pared y
creernos que eso es resistir"
(Producto Interior Bruto)
Hay entre los que se reclaman revolucionarios hay un cierto grado de
sacralización de las figuras del obrero, del sindicalismo, de las masas y de la
idea de lucha de clases. Si uno plantea la transformación social sin centrar el
análisis en estos sujetos, conceptos y espacios, se estaría cometiendo herejía.
Entre más “popular” vista el individuo o su organización, más genuinamente
revolucionario es. Si no te llenas la boca con “proletariado”, “lucha de
clases” otras palabras del mismo tono y no centras la acción cotidiana en
ellas, ya no eres uno de ellos. A lo sumo serás un ambiguo postmoderno, un
infantilista irresponsable o, derechamente, un reaccionario. Por supuesto, esta
situación no es ajena a los llamados anarquistas. Y a mi entender esto se debe
a que no nos hemos sabido librar completamente de la herencia analítica,
estética y discursiva de los paradigmas revolucionarios marxistas de los
sesenta, setenta y ochenta. El anarquismo criollo no ha superado del todo el
trauma del izquierdismo que alguna vez reemplazó su lugar en el combate
anti-estatal (MIR, FPMR, MJL). Hablo de trauma porque el rebrotar de la
actividad libertaria en los noventa encontró huérfano al “movimiento
anarquista” de referentes locales de su propia ideología (extintos hace
tiempo), lo que llevó a muchos, explícitamente a veces, inconscientemente en
otras, a acercarse a los modelos de análisis marxistas, a adoptar su estética,
su memoria histórica y, lamentablemente, a copiar en ciertos casos sus modelos
de organización. Las consignas, las demandas, los 29 de Marzo y los 11 de
Septiembre, son los ejemplos más visibles de este proceso.
El recuerdo de los que combatieron y murieron por la libertad y el de las
experiencias subversivas de otras vertientes ideológicas es sumamente
importante si buscamos en ello herramientas para el hoy, pero es
contraproducente cuando rememorar se vuelve un porfiado ejercicio para traer
fórmulas del pasado que ya no resisten al presente. Por mucho que se le
enrostre al marxismo la burocratización y el autoritarismo en cada una de sus
experiencias históricas, cuestión irrefutable por lo demás, no vemos un vivo
atrevimiento ni la intención a lo menos de cuestionar y cambiar tajantemente
las herramientas de investigación sociológica que ellos emplean y que nosotros
no abandonamos aún.
El principal problema que veo en esto es que por no cuestionar las claves de
análisis del marxismo y sus terminologías, concluimos encerrándonos en sus
mismas lógicas estrechamente economicistas en donde la revolución depende de
las estructuras de producción, excluyéndose del estudio (y combate) las
múltiples aristas del sistema de dominación que no necesariamente se vinculan
al trabajo asalariado. A saber, la cultura, la política, el inconsciente
colectivo, las diferencias étnicas y etcétera. Según los marxistas todo esto
depende de los modos de producción (estructura y superestructura), entonces si
trasformamos la economía, cambiaremos todo lo demás. (1) Y para modificarla hay
que tomar el control político del Estado con la consiguiente y macabra
dictadura del proletariado, que no es más que la dictadura del Partido
Comunista. Pero para nosotros quienes sostenemos que no hay igualdad ni
libertad en donde existen jerarquías y control policiaco, ninguna dictadura es
deseada. Y aún en el caso de que trasformemos la economía suprimiendo en el
proceso la estructura orgánica del Estado (instituciones, espacios y capacidad
de control), aquello no importa una relación directa con la modificación del
pensamiento individual. Es más fácil hacer notar a alguien que su jefe lo
explota a explicarle que deje de creer que su compañera es su propiedad, que el
peruano o el argentino no es su enemigo o que se puede vivir mejor sin
autoridad alguna. Por muy comunista que sea la economía, no hay revolución
alguna si no hay un cambalache categórico de las estructuras mentales. Y la
economía no determina las cosmovisiones, sino una serie de factores que tienen
que ver primordialmente con las experiencias particulares de cada ser. (2) La
cuna no determina tu lugar en la lucha, eso sería creer que la distribución de
mentalidades en el orden actual es como generalmente lo fue en la edad media
europea. Un obrero puede ser tan enemigo de la libertad como su patrón. ¡Falsa
conciencia! -nos gritan los marxistas y quienes creen en sus metodologías: como
los poderosos controlan la cultura, modifican las aspiraciones de los obreros y
los hacen renegar de los “verdaderos” intereses de su clase, pero cuando llegue
el día –nos advierten- en el que todos los trabajadores se hagan la idea de que
son una gran unidad histórica y de que juntos deben hacer la revolución
anteponiendo sus intereses a los de las clases hegemónicas, se acabará la falsa
conciencia y la sociedad de clases. Bonita ilusión, decimos, que no considera
siquiera las dinámicas de la sociedad moderna en donde los roles se confunden
anulando las divisiones nítidas entre los diversos actores sociales.
Hoy, un siglo y medio después de cuando se trazaron las ideas genéricas del
materialismo histórico, tiempo en que todas las estructuras de dominación se
han perfeccionado y sofisticado sobremanera, urge cuestionar todo aporte
teórico desde esas vertientes. Y no se trata de destruir por destruir, por
cierto.
Apremia también cuestionar el modelo de “explotados y explotadores”, pues ya no
hay sociedad –y nunca la hubo- dual. Las redes de poder y los conflictos en sus
entretejidos son muchísimo más complicadas que un simple encontrón entre
burgueses malvados y proletarios descamisados. En todo individuo hay un
opresor, en todo trabajador hay un capitalista, en todo militante hay un
militar: es preciso acabar con todos.
Si bien el anarquismo tuvo una época en que su relación con el mundo de las
organizaciones de trabajadores era estrecha, innovando orgánicamente y
aportando de diversas formas a sus luchas contra las redes de poder económico y
estatal; su cuerpo teórico concibió ideas de redención que sobrepasaban los
márgenes productivos. La idea era la transformación integral del individuo y
con él de la sociedad toda. No te liberas en cuanto a tu clase, sino en tu
calidad de ser. Ni opresores ni oprimidos, he ahí la cuestión primera.
Volviendo a la necesidad de superar al materialismo histórico en el campo
anarquista me resulta preocupante el afán de muchos de “reafirmar el carácter
de clase del anarquismo”. Haré referencia a un artículo de la revista
plataformista Hombre y Sociedad, pero insisto en que esto no solo está presente
en dicha corriente. No criticaré punto por punto sus postulados que, asumo,
están inspirados de buena fe, aunque no concuerde con la mayoría de ellos. Pero
sí me interesa ejemplificar el problema con éste, un típico caso de matrimonio
entre anarquismo y fetichismo obrerista, en donde abundan los términos
“proletariado”, “dialéctica”, “conciencia de clase”, “masas”. Aunque, como
veremos, la similitud no sólo está en las palabras, sino también en las claves
de lectura de la realidad. Espero no distorsionar el sentido del texto, como
ocurre casi siempre cuando se cita para debatir, pero creo que este párrafo
habla por sí sólo. Dicen desde H&S para combatir a los detractores de su
tendencia:
“Así la resistencia a la plataforma aparece como la resistencia a dar el salto
de un anarquismo abstracto, marginal, a ser parte activa en la lucha de clases,
a hacerse parte de las dificultades reales que experimentan los movimientos
sociales, por temores virginales a lidiar con la política real, se trata del
temor natural que produce esta idea de que el anarquismo es sólo una
posibilidad que hay que hacer parir, además del miedo al dolor y al trabajo que
éste implica necesariamente” (3) (la negrita es mía).
¡Ay de nosotros los abstractos, los marginales y ajenos a las reales dificultades,
los de vírgenes temores, los miedosos al dolor y al trabajo! Pero más allá de
la arrogancia evidente, y de la ignorancia respecto a los costos que implica
desarrollar la anarquía en otras formas, lo que me urge referir sobre este
artículo es el porfiado tema de la lucha de clases. En donde no se concreta un
cuestionamiento a la terminología marxista sino que, sirviéndose de ella, se
permiten definir entre anarquismos concretos y abstractos. Personalmente valoro
todo trabajo que se haga para mermar el sistema de dominación, cuanto más
diversos mejor, y me agrada la preocupación por hacer más efectiva la presencia
de las prácticas y valores libertarios en la sociedad, como supongo a la gente
de H&S, pero me parece peligroso que se alimenten del materialismo
histórico sin hacer al mismo tiempo una crítica profunda (más allá de los
lugares comunes: antiburocracia, antipartidismo, etc.) de sus estrechos marcos
economicistas. ¡La vida social es mucho más compleja que las relaciones con el
malvado capital! Antes que el capital está la autoridad, y no hablo solo de las
fuerzas evidentes del Estado o sus edificios y símbolos (Ejército, carabineros,
cárceles, escuelas, edificios administrativos), sino –y principalmente- de
aquella red de creencias que hacen de él una fortaleza aparentemente
inexpugnable. Creencias como aquella hegemónica –y pilar de la dominación- que
nos advierte que no se puede vivir sin autoridad. Y a esa máxima no la
acabaremos únicamente con piedras y bombazos, ni con huelgas ni grandes manifestaciones.
Aunque todo sirve, por cierto.
Y como soy un convencido de que las formas de combatir los mil rostros de la
dominación pasan por multiplicar mil espacios de respuesta y contraofensiva, no
puedo dejar de cuestionar aquella creencia (que también empieza a abundar entre
los ácratas) que invita a distanciarse completamente de la lucha económica por
considerarse funcional al orden. En esa lógica, por ejemplo, el sindicalismo
vendría a ser otro instrumento más de dominación.
Veamos un caso. En el nº 53 de la publicación anti-plataformista Libertad! de
Buenos Aires apareció un artículo firmado por Patrick Rossineri que sintetiza
esta idea (4). Coincidimos en su análisis, más no en las conclusiones. Ante la
pregunta de si acaso es posible o deseable para los anarquistas horizontalizar
y autogestionar los sindicatos, el articulista remata negativamente, aunque
deja en claro la necesidad de fortalecer entidades anarcosindicales, el trabajo
en los barrios y con los no sindicalizados, con los cesantes. Bien dice
Rossineri que el sindicato está inserto en el sistema de dominación en tanto
reproduce al mismo en las estructuras jerárquicas de su funcionamiento interno,
así como en su disponibilidad a las subvenciones estatales. Y es cierto que el
sindicato es hoy un organismo autoritario y pancista, sólo preocupado en
demandas inmediatas de caracteres gremiales y restringidos a su particular
radio de acción. Ya no existe la huelga política, la huelga solidaria, como
otrora cuando por ejemplo los gremios paraban sus labores para apoyar a otros
sindicatos o reclamar la libertad de los presos políticos. Pero, a nuestro
juicio, que el sindicato esté amarrado a la estructura de poder no implica
negar la posibilidad para un anarquista de luchar en él. Requerimos transformar
todos los espacios en los que nos desenvolvemos ¿por qué éste no? Y esto
tampoco significa claudicar, hay que combatir a los politicastros, a los
legalistas y todo dirigente sindical debe ser objeto de desconfianza en tanto
autoridad, pues la delegación y la sumisión muchas veces visten ropajes
simpáticos. El sindicato es una herramienta como tantas otras y además se ha
mostrado útil para detener el abuso patronal en no pocos casos. Creo más bien
que el problema pasa por no hacer del sindicato y el sindicalismo la panacea.
Por su parte el anarcosindicalismo es una solución parcial y limitada a la
burocratización del sindicato legal y partidista, pero no es en sí mismo la
solución al general sistema de dominación.
La gesta libertaria trasciende nuestro lugar en el sistema de producción y el
entretejido de relaciones salariales en el que sobrevivimos. Hasta acá llegamos
hoy. El llamado es a cuestionar el uso indiscriminado y acrítico de la
terminología y las claves de análisis marxistas entre los anarquistas, y para
sugerir cuidado sobre su antípoda antieconómica. Y es que el anarquismo no
depende de las estructuras de producción, pero tampoco puede desentenderse de
las mismas. Pero y en todo caso, no es la verdad anarquista la que habla hoy,
sino la limitada opinión de uno de los miles que se reclaman como tal. Provocar
a la reflexión es la idea.
Citas:
[1]. A pesar de las reformulaciones y “actualizaciones” del pensamiento
marxista, por ejemplo con el rescate de los aportes sobre “hegemonía” de Gramsci
(opacado por largo tiempo en A.L. por Althusser y compañía), estas ideas
continúan intactas. Entre otros véase, Marta Harnecker, Los conceptos
elementales del materialismo histórico, X edición, Siglo XXI, Santiago, 1972.
[2]. Incluso los mismos historiadores marxistas lo han notado, aunque no se
note en las directrices de sus partidos. Estúdiese los aportes de E. P.
Thompson y su “Formación de la clase obrera en Inglaterra”, Editorial Crítica,
Barcelona, 1989.
[3]. El artículo referido es “A propósito de las resistencias a “La
Plataforma”: Contribución a un anarquismo de masas.”, Hombre y Sociedad, nº 24,
Invierno 2009, Santiago, p.15.
[4]. “El sindicato como herramienta de dominación”, Libertad!, nº 53,
Octubre-Noviembre 2009, Buenos Aires.
Publicado en: El Surco Nº15 - Chile