Si examinamos la mayor parte del debate actual en el ámbito
anarquista respecto a la civilización, la tecnología, el progreso, el
eco-anarquismo frente al anarcocomunismo, etc… Nos quedará la impresión de que
la crítica a la civilización es algo que ha surgido sólo recientemente dentro
del pensamiento anarquista y revolucionario. Pero esta impresión es falsa, y
dañina para aquell@s de nosotr@s con una perspectiva anticivilizadora
revolucionaria.
De hecho, un cuestionamiento revolucionario de la civilización, la tecnología y
el progreso puede encontrarse a lo largo de todo el pensamiento revolucionario
moderno. Charles Fourier expusó su socialismo utópico “Harmony” frente a la
disonancia de “Civilización”. Un cierto número de los Románticos más radicales
(Blake, Byron y Shelly entre otros) se mostraron claramente recelosos frente al
industrialismo y su razón utilitarista.
Pero podemos ver visiones más cercanas a nosotr@s si nos fijamos en los
anarquistas del siglo XIX. Cierto es que Bakunin no tuvo problema alguno con la
tecnología industrial. Aunque no compartió la casi mística fe de Marx en las
capacidades del desarrollo industrial, para crear las bases técnicas del
comunismo global, tampoco vio la dominación inherente a las estructuras del
sistema industrial. De hecho su concepto de los trabajadores encargándose de la
organización de la sociedad a través de sus propias organizaciones económicas e
industriales, se convirtió con el tiempo en las bases del anarcosindicalismo.
(Este hecho, sin embargo, se basa en un malentendido, puesto que Bakunin
manifestó con bastante claridad que esta organización no podría desarrollarse
sobre unas bases ideológicas fuera (al margen de) de la lucha directa de los
trabajadores, sino que más bien debería ser desarrollada por los propios
trabajadores durante el transcurso de sus luchas.
En base a ello, no sugirió ninguna forma específica de organización.) Sin
embargo la petición de Bakunin de “dar rienda suelta a las pasiones inmorales”
de los oprimidos y explotados fue vista por muchos de los revolucionarios más
razonables de la época, como una llamada bárbara a la destrucción de la
civilización.
Y el mismo Bakunin llamó a la “destrucción de la sociedad burguesa” junto con
“la destrucción de todos los Estados” y la “libre y espontánea organización
desde abajo hacia arriba, mediante la libre asociación”. El contemporáneo
francés de Bakunin, Ernest Coeurderoy, fue menos condicional en su rechazo a la
civilización. Manifestó simplemente: “En la civilización, vegeto; No soy ni feliz
ni libre; ¿Por qué entonces debería desear la conservación de este orden
homicida? Ya no hay nada que conservar de aquello por lo que la tierra sufre.
Y él, junto a Dejacque y otros anarquistas revolucionarios de la época, apeló
al espíritu barbárico de la destrucción para acabar con la civilización de la
dominación.
Por supuesto, la mayoría de los anarquistas de esa época, como ocurre en la
nuestra, no cuestionaron la civilización, la tecnología y el progreso. La
visión de Kropotkin de colectivizar “Fábricas, Campos y Talleres” o la
“Verdadera Civilización” de Josiah Warren, contaban inevitablemente con un
mayor atractivo para aquell@s que no estaban preparad@s para enfrentarse a la
incógnita, que las críticas anarquistas sobre la industrialización y la
civilización a menudo no dejaban claro, de que ocurriría tras la destrucción
revolucionaria de la civilización que ellos odiaban.
A principios del siglo XX, y concretamente tras la gran masacre conocida como
la Primera Guerra Mundial se produjo una mayor devaluación de los valores. La
fe en el ideal burgués de progreso fue ampliamente erosionada y el
cuestionamiento de la civilización en si misma fue un aspecto interesante para
un gran número de movimientos radicales incluyendo el dadaísmo, el anarcofuturismo
ruso y un precoz surrealismo. Si algunos de los más conocidos anarquistas
(tales como Malatesta, Emma Goldman, Mahkno, etc) continuaban viendo la
posibilidad de una civilización industrial liberada, otros anarquistas menos
conocidos tenían una visión diferente. Así por ejemplo en torno a de 1919,
Bruno Filippi escribió:
Envidio a los salvajes. Y les gritaría en voz alta:
“Salvaros, la civilización está llegando”
Por supuesto: nuestra querida civilización de la cual estamos tan orgullosos.
Hemos abandonado la vida libre y feliz de los bosques por esta horrenda
esclavitud moral y material. Y por ellos nos comportamos como maniáticos,
neurasténicos, suicidas.
¿Por qué debería importarme que la civilización haya dado alas a la humanidad
para volar y así poder bombardear las ciudades, porque debería importarme si
conozco cada estrella en el cielo o cada río en la tierra?
[…]
Hoy en día la bóveda estrellada, es un velo plomizo que vanidosamente nos
esforzamos en atravesar, hoy en día no hay nada desconocido […]
[…] Me trae sin cuidado su progreso. Quiero vivir y disfrutar.
Ahora, quiero ser claro. No estoy sacando todo esto a colación para probar que
la corriente anticivilización actual tiene una legítima herencia anarquista. Si
su crítica a la realidad que nos enfrentamos es correcta, ¿por qué debería
importarnos si se ajusta al encuadre de la ortodoxia anarquista?
Bakunin y Coeurderoy, Malatesta y Filippi, todos los anarquistas del pasado que
vivieron en lucha contra la dominación, no intentaron crear ninguna ortodoxia
ideológica. Estaban participando en el proceso de creación de una teoría y
práctica anarquista revolucionaria que va a estar en continuo proceso. Este
proceso ha incluido críticas a la civilización, al progreso y a la tecnología
(y a menudo en el pasado estas críticas no estaban conectadas, así, Bakunin
pudo llamar a “la aniquilación de la civilización burguesa” y aún aceptar su
consecuencia tecnológica; el industrialismo, tambien Marcus Graham pudo llamar
a la destrucción de “la máquina” en beneficio de una civilización no
mecanizada).
Pero nuestra época es otra. Las palabras de Bakunin o Coeurderoy, de Malatesta
o Renzo Novatore, o de cualquiera de los escritores anarquistas del pasado no
pueden tomarse como un programa o una doctrina a seguir. Más bien constituyen
un arsenal a saquear. Y entre las armas de este arsenal hay arietes bárbaros
que pueden ser usados contra los muros de la civilización, del mito del
progreso, del desde hace mucho tiempo desmentido mito, de que la tecnología puede
salvarnos de nuestras desgracias.
Vivimos en un mundo en el que la tecnología está absolutamente fuera de
control. Cada catástrofe sigue a otra, los llamados paisajes “humanos” han
llegado a estar cada vez más controlados y mecanizados, y los seres humanos
cada vez más adaptados a su papel de engranajes de la máquina social.
Históricamente el hilo que ha pasado a través de todo lo que es bueno en el
movimiento anarquista no ha contado con una fe en la civilización, la
tecnología o el progreso, sino más bien en el deseo de que cada individuo sea
libre para crear su vida como más le convenga en libre asociación con los
demás, en otras palabras, el deseo de la reapropiación individual y colectiva
de nuestras vidas. Y este deseo es todavía lo que motiva la lucha anarquista.
Llegados a este punto para mi queda claro, que el sistema tecnológico es una
parte integral de las redes de dominación. Ha sido desarrollado para servir a
los intereses de los dueños del mundo. Uno de los primeros propósitos del
sistema tecnológico a gran escala es el mantenimiento y la expansión del
control social, y esto requiere un sistema tecnológico que se retroalimente en
su mayor parte, necesitando por ello sólo una mínima intervención humana. Así,
se crea la fuerza destructora. El reconocimiento de que el progreso no tiene
una conexión inherente a la liberación humana, fue ya reconocido por muchos
revolucionarios a finales de la Primera Guerra Mundial. Ciertamente la historia
del siglo XX debería haber reforzado esta opinión. Ahora prestamos atención a
un mundo desvastado física, social y psicológicamente como resultado de todo lo
que conocemos como progreso. L@s explotad@s y desposeíd@s del mundo no puede
desear seriamente durante más tiempo obtener parte de este putrefacto pastel,
ni apropiarse de él o administrarlo.
La reapropiación de la vida debe tener un significado diferente en el mundo
actual. A la luz de las transformaciones sociales de las últimas décadas
pasadas, creo que cualquier movimiento anarquista revolucionario serio, tendrá
que cuestionarse meticulosamente el industrialismo y la civilización, porque
sólo ello, podrá proveernos de las herramientas necesarias para reapropiarnos
de nuestras vidas.
Pero mi perspectiva anticivilizadora no es una perspectiva primitivista.
A pesar de que actualmente pueda estar inspirada en aspectos anarquistas y
comunistas de algunas culturas “primitivas”, no baso mi crítica en una
comparación entre estas culturas y la realidad actual, sino más bien en la
forma en la que todas las instituciones que comprenden la civilización actúan
unidas para apropiarse de mi vida y transformarla en una herramienta para la
reproducción social, y en como transforman la vida social en un proceso
productivo que sirve exclusivamente para mantener a los gobernantes y su orden
social.
Por ello, es esencialmente una perspectiva revolucionaria y es por lo que
siempre haré uso de cualquier cosa, perteneciente a ese arsenal constituido por
la historia de la práctica y la teoría revolucionaria, que pueda enriquecer mi
lucha. Los primitivos a menudo han vivido de una forma anarquista y comunista,
pero no tienen una historia de lucha revolucionaria de la cual podamos
“saquear” las armas para nuestra lucha actual. Dicho esto, sin embargo,
reconozco a aquell@s anarco-primitivistas que continúan aceptando la necesidad
de una revolución y de la lucha de clases como a mis compañer@s y cómplices
potenciales.
La lucha revolucionaria contra la civilización del dominio y beneficio que nos
rodea, no será un intento razonable de apropiarse de los métodos de producción.
Los desposeídos de este mundo parecen entender que esta no es (será) durante
más tiempo una opción de liberación (si es que alguna vez lo fue). Si la
mayoría no tienen claro qué o quién es exactamente el enemigo, la mayoría si
que entienden que no tienen nada que decir a los que están en el poder, porque
no comparten un lenguaje común.
Nosotr@s que hemos sido desposeíd@s por este mundo ahora sabemos que no podemos
esperar nada de él. Si soñamos con otro mundo, no podemos expresar estos
sueños, porque este mundo no nos proporciona las palabras para hacerlo.
Y lo más probable es que muchos ya no tengan sueños. Sólo sientan rabia por la
continua degradación de su existencia. Así que esta revolución será,
ciertamente, la liberación de nuestras “pasiones salvajes” de las que hablaba
Bakunin, las pasiones destructivas que son la única puerta hacia una existencia
libre. Será la llegada de los bárbaros augurada por Dejacque y Coeurderoy.
Pero es precisamente cuando la gente sabe que ya no hay nada que decir a sus
gobernantes, cuando aprenden como hablar un@s con otr@s. Es precisamente cuando
la gente sabe que las posibilidades que este mundo puede ofrecerles son nulas,
cuando aprenden como soñar lo imposible. Esta red de instituciones que domina
nuestras vidas, esta civilización, ha convertido nuestro mundo en una prisión
tóxica. Hay mucho que destruir a fin de que una existencia libre pueda ser
creada. El tiempo de los bárbaros está al alcance de nuestras manos.
[…] Pueden los bárbaros liberarse. Pueden afilar sus espadas, pueden blandir
sus hachas de guerra, pueden golpear a sus enemigos sin piedad, pueden
aborrecer tomar el lugar de la tolerancia, puede la furia ocupar el lugar de la
resignación, puede la barbarie ocupar el lugar del respeto. Pueden las hordas
bárbaras asaltar, autónomamente, de la manera que crean oportuno. Y pueden no
volver a crecer tras su paso parlamentos, instituciones de crédito,
supermercados, barracas, fábricas. Contra el cemento armado que se levanta para
dañar nuestro cielo y la polución que lo ensucia, uno puede asegurar como decía
Dejacque “No es la oscuridad lo que los Bárbaros esta vez traerán a este mundo,
es la luz”—Crisso/Odoteo
Willful Disobedience
Traducción Palabras de Guerra