Hace un par de días, en las
usuales conversaciones entre botellas y vasos, había una mosca que volaba a mí
alrededor. La mosca era muy molestosa, se posaba en mi nariz, en mi frente, en
mis manos, definitivamente, estaba ahí para irritarme. De pronto mientras
conversaba con mis humildes parroquianos, me acorde de la mosca, pues ella ya
no fastidiaba como antes, por lo que disimuladamente miraba a mi alrededor para
buscarla. En el fondo tenía un sentimiento que la extrañaba masoquistamente.
En fin, intente olvidarla, hasta
que la vi muerta, ahogada en mi vaso de cerveza. Quizás se suicidó, porque
después de reflexionar en la mierda, al igual que nosotros, llegó a la misma
conclusión que nosotros. Estamos destinados al fracaso y a la perdición. Quizás
también, la mosca no trataba de irritarme, simplemente me estaba avisando del
fracaso de la civilización y tomó el camino más rápido para desaparecer,
ahogarse en alcohol. Bueno, ahí en el vaso muerto yace un compañero al igual que
nosotros, un vulgar y ferviente pesimista autodestructivo.