Odio a los resignados, tanto como a los inmundos, como a los poltrones.
¡Odio la resignación! Odio la inmundicia,
odio la inacción.
Odio al enfermo abatido por alguna fiebre
maligna; odio al enfermo imaginario que con un poco de voluntad podría ponerse
en pie.
Compadezco al hombre encadenado, rodeado
de guardianes, aplastado por el peso del hierro y del número.
Odio a los soldados, postrados por el peso
de un galón o tres estrellas; a los trabajadores, postrados por el peso del
capital.
Estimo al hombre que dice lo que siente
allí donde se encuentra; odio al votante en perpetua conquista de una mayoría.
Estimo al sabio aplastado bajo el peso de
la investigación científica, odio al individuo que se postra bajo el peso de
una fuerza desconocida, de una X cualquiera, de un Dios.
Odio a todos aquellos que cediendo a
otros, por miedo, por resignación, una parte de su fuerza de hombres, no sólo
se aplastan a sí mismos, sino también a mí, a todo lo que yo amo, bajo el peso
de su infame concurso o de su estúpida inercia.
Odio, sí, los odio porque lo siento,
siento que no me postro ante el galón del oficial, ante la banda del alcalde,
ante el oro del capitalista, ante todas sus morales y religiones; desde hace
tiempo sé que todo esto no son más que fruslerías que se rompen como el
cristal... Yo estoy postrado bajo el peso de la resignación de otros. Odio la resignación.
Amo la vida.
Quiero vivir, no mezquinamente como los
que no satisfacen más que una parte de sus músculos, de sus nervios, sino yendo
más allá, satisfaciendo tanto los músculos faciales como los de las piernas,
los riñones tanto como el cerebro.
No quiero entregar una parte del ahora a
cambio de una parte ficticia del mañana, no quiero ceder nada del presente a
cambio del viento del porvenir.
No quiero postrar nada de mí bajo las
palabras “patria, Dios, honor”. Conozco muy bien el vacío de estas palabras:
fantasmas religiosos y laicos.
Me burlo de las pensiones, de los
paraísos; esperanzas utilizadas por el capital y la religión para mantener la
resignación.
Me río de todos los que acumulan para la
vejez y se privan en la juventud; de aquellos que, para comer a los sesenta,
ayunan a los veinte.
Quiero comer mientras tenga los dientes
fuertes para desgarrar y triturar carnes suculentas y saludables frutas, mientras
mis jugos gástricos digieran sin ningún problema; quiero saciar mi sed con
líquidos refrescantes y tónicos.
Quiero amar a las mujeres, o a la mujer
que más convenga a nuestros comunes deseos, y no quiero resignarme a la
familia, a la ley, al Código; nadie tiene derecho sobre nuestros cuerpos. Tu
quieres, yo quiero.
Burlémonos de la familia, de la ley,
antiguas formas de resignación.
Pero eso no es todo: puesto que tengo ojos
y oídos quiero, además de comer, beber y hacer el amor, disfrutar de otras
maneras. Quiero ver hermosas esculturas, hermosas pinturas, admirar a Rodin o a
Monet. Quiero escuchar las mejores óperas de Beethoven o de Wagner. Quiero
conocer los clásicos de la comedia, repasar el bagaje literario y artístico que
ha ligado a los hombres del pasado con los del presente; o mejor, repasar la
obra por siempre inacabada de la humanidad.
Quiero gozo para mí, para la compañera que
elija, para mis hijos, para mis amigos. _ Quiero una casa para descansar
agradablemente los ojos una vez terminado el trabajo.Porque quiero el gozo del
trabajo también, ese gozo sano, ese gozo fuerte.
Quiero que mi brazos usen la sierra, el
martillo, la pala, la guadaña. Que los músculos se desarrollen, que la caja
torácica ensanche con movimientos fuertes, útiles y razonados.
Quiero ser útil, quiero que seamos útiles.
Quiero ser útil a mi vecino y quiero que mi vecino me sea útil a mí. Deseo que
hagamos más porque mi necesidad de gozar es insaciable. Y es porque quiero
gozar que no me resigno.
Sí, sí, quiero producir, pero quiero
gozar; quiero amasar la harina, pero comer el mejor pan; hacer la vendimia,
pero beber el mejor vino; construir una casa, pero vivir en el mejor
alojamiento; construir muebles, pero poseer también lo útil, ver lo bello;
quiero hacer teatros, pero tan grandes que puedan alojar a todos mis
compañeros.
Quiero participar en la producción, pero
también en el consumo.
Hay hombres que sueñan con producir para
dejar a otros, oh ironía, la mejor parte de sus esfuerzos; yo quiero, unido
libremente con otros, producir pero también consumir.
Resignados, mirad, escupo a vuestros
ídolos, escupo a Dios, escupo a la Patria, escupo a Cristo, escupo a todas las
banderas, escupo al capital y al Toisón de Oro, escupo a las Religiones:
fruslerías, yo me mofo, me río de todas ellas...
No son nada sin vosotros, abandonadlas y
se desharán como migajas.
Vosotros sois por tanto una fuerza, oh
resignados, una de esas fuerzas ignoradas, pero que no por eso deja de ser
fuerza, y no puedo escupir sobre vosotros, sólo puedo odiaros ... o amaros.
Por encima de todos mis deseos está el de
ver sacudiros vuestra resignación en un terrible despertar de vida.
No hay ningún paraíso futuro, no hay
porvenir, no hay sino presente.
¡Vivamos!
¡Vivamos! La resignación es la
muerte.
La rebelión es la vida.