Últimamente las marchas son como una comunión religiosa para los jóvenes revolucionarios. Muchos de éstos no hacen gran cosa en su día a día por cambiar su entorno, pero caminando unos kilómetros, dejan tranquila el alma. Se podría hacer una similitud de sus actos con el católico que no práctica y expía sus pecados en una misa o peregrinación cada cierto tiempo, contentando así su conciencia.
Así es como llegado el día de la marcha, los peregrinos se reúnen dispuestos a seguir a los sacerdotes, quienes levantan lienzos adornados con distintas frases y figuras simbólicas, dando cuenta la icono dulía de los presentes. Caminan entonando himnos y cantos al Dios de la revolución, levantando las manos y haciendo palmas. Ya la manifestación llegada a su punto final, los asistentes son purificados con el agua bendita de los huanacos y lloran al son de la redención con las lacrimógenas. Es cierto que no hay que generalizar, pero siempre son pocos los devotos que tienen la convicción del sacrificio total.