I
Necesito un lugar aparte.
Necesito un lugar y un lenguaje aparte: un lugar de letras, de calma, de estar,
necesidad sin causa mayor excepto la mía. Las pastillas adormecen, suprimen: no
quiero suspensión, las drogas te suben tanto que la vuelta a la realidad
termina resultando mucho más violenta que aquella violencia de la cual no
quiero tener conciencia: no quiero caos –por ahora–. El alcohol pareciese ser
la solución más concreta, momentánea pero concreta al fin y al cabo, evoca la
nostalgia por un lado y la conciencia de lo que –no– se tiene, de un modo
fuerte e imponente, pareciese que te golpea con cierta ambivalencia a fin de
mostrarte cómo funcionan las cosas.
Necesito un lugar aparte porque
ya no puedo esconderme tras de ti; porque tus ojos me resultan ajenos, las
pupilas no ofrecen refugio para dos, las pestañas no dan abasto para un mundo
fuera del mundo, ya no puedo esconderme: porque tus cicatrices son culpa y
sentido compartido, que ahora duelen más que la quemadura misma. Duele porque
se perdió el efecto calmante, porque se desvirtuó el sentido de nuestras
funciones, porque el daño es inherente, innato a una condición que nunca nos
perteneció, de aquella que nunca nos sentimos parte.
II
Camino, porque el encierro en
claustrofóbicos amigos de las convulsiones tarde o temprano termina por hacer
los suyo. Aún fuera me asfixio, asfixia sucia, asfixia puta, más puta que la
luna y los que nos perdemos en ella. Lograda la calma vienen las palabras,
palabras que no salen, ideas que se frustran más que aquél que no puede
vomitarlas, y sigo sola… y aún sola sigue la necesidad de hablar, hablar a nada
y de todo. Crear el lenguaje que no se conoce, trabajar los gestos, mirar de
nuevo, perderme en otros ojos y conocerlos otra vez, hacerlos mi hogar. No mío,
como algo propio, mío en el sentido de acogida, de saber que se puede llegar a
un lugar después de todo; abstracto, quizás superfluo y sin embargo uno de los
más puros donde se podría estar.
III
Buscar, buscar, encontrar nada,
encontrar, perder, seguir buscando. Nadar en la memoria, sumergirse en los
recuerdos. Incendiar: quemar los espacios, quemar la infancia, el pasado
construido, esa construcción artificial de la cual nos jactamos por haberla
vivido de modo mejor, la que nos da el pie para burlarnos de los que aún tienen
fe en el tiempo. ¡Ay, el tiempo!, inventar temporalidades para condicionar,
como si ya no fuese tortura suficiente ordenar las horas en un fin del cual me
hicieron partícipe sin preguntar. Y vuelvo al relato sin fondo, a preguntarme
por qué estoy acá, a mirar la taza de té y esbozar una sonrisa a la porcelana y
a la realidad que nunca harán de estas palabras algo que llegue a quien quiero.
Dicen que mezcla rara hay entre el placer que causa dañar a quien se quiere;
digo que, desde el otro lado el placer no se entiende con el dolor, sino con
desprenderse y desprehenderse, d-e-s-p-r-e-h-e-n-d-e-r-s-e, así como aprender y
aprehender… pero con conceptos inventados.
Cambiar la forma, deconstruirse,
no como idea, sino como estructura; dejar la piel en el negativo, perder,
salir.
IV
Y despertar, de golpe, cual
pesadilla a las 4 am. “El amor siempre ha sido uno de los procesos más
irracionales ante los cuales me he enfrentado; no escribo por amor, sino para
desahogarme, para creer que he zafado de él sin caer nuevamente, sin
enloquecer, sin pastillas, sin remedios. Buscar querer, querer quererse,
dejando atrás el peligro de aquello; la amenaza de amar sin la lucha de los
egos ni el deseo por destruirse, no quiero sentir amor –este amor–, porque no he
podido vivirlo sin sentir arrepentimientos, rencores y desgastes.”
Cuando lo dije, miré atentamente
la espalda descubierta, suave, el espacio frágil y vulnerable que me hace
creer, de vez en cuando, que estoy frente a uno de los animales más inofensivos
de la esfera… Para el constante desencanto, un silencio y ronquidos
automáticos. Hablar sola, voltear, buscar la ropa, vestirse y caminar a casa. Mañana
amarga, café amargo, amargo el día, amargo tú.
V
Y vuelvo a la necesidad; buscando
lo que no llega. Donde no me quede con las palabras en una mano, con los gestos
en la otra, con la ternura en los ojos cansados, con la rabia en la boca. La
pena en las piernas, la angustia en el pecho, el nudo en la mente.
El vino a la izquierda, la
soledad a la derecha, aunque en un planeta tan pequeño, la lógica podría ser
inversa y nadie lo notaría, más cuando en un planeta mayor no se percibió nunca
nada de lo que se quiso entregar. El cuerpo dispuesto a todo se cansó,
desapareció.